domingo, 13 de julio de 2014

MIANDRIVAZO

Al final, Rob el holandés, más conocido entre nosotros (dos) como Rob el "caguetas" decide posponer su tour. Así que nos quedamos sin compañeros de viaje. Désirè nos envia a Miandrivazo, con un coche y un conductor para nosotros solitos, y él vuelve por enésima vez a Tana a buscar más clientes para que se unan a nuestro grupo.


El viaje de 4 horas en coche resulta ser una de las mejores experiéncias que hemos vivido en Madagascar hasta el momento. Salimos de las grandes ciudades y empezamos a ver el Madagascar rural, el de las casitas de paja y los paisajes impresionantes.
A nuestro paso los pueblecitos parecen revulocionarse: manos saludando, niños que corren detrás del coche, miradas risueñas, risitas a escondidas. Parecemos reyes, saludando con la mano a todo el que se cruza en nuestro camino. Desde esta situación privilegiada observamos el devenir de la vida malgache: mujeres que transportan cubos con ropa en la cabeza, hombres que conducen carretas tiradas por cebúes, niños que vuelven del cole a sus pueblos... Carles se vuelve loco fotografiándolo todo y a Gemma le parece que si parpadea podría derramarse toda la belleza que tiene ante sí.



Con el ocaso llegamos a Miandrivazo.



Según la Lonely Planet, Miandrivazo es un pueblo sin ningún atractivo turístico. ¡Ah pues no! A nosotros nos resulta de lo más pintoresco. Se trata de una calle polvorienta, rodeadada por todo tipo de tiendecitas, que conduce hasta el río.
A la mañana siguiente nos viene a recoger Marcel, es el boatman del que nos habló Désirè. Llega en su bicicleta, con su sonrisa entrañable (es el primer malgache que conocemos con todos los dientes) y cuatro palabras en inglés aprendidas aquí y allí. Ha traído también un pousse-pousse para nosotros. En él recorremos la calle de Miandrivazo hasta el río, donde nos espera la canoa de Marcel. También nos acompañan su mujer y su hijita. Montados en la canoa remontamos el río en dirección a las cascadas, el paseo es tranquilo y relajado (para nosotros claro, Marcel va de pie en la parte trasera de la canoa y la impulsa con un palo muy largo que clava en el fondo del poco profundo río Tsiribihina).



 Bajamos de la canoa y acabamos la excusión a pie entre las rocas. Las cascadas no son gran cosa pero acabamos agotados. Al volver dónde hemos dejado la canoa nos encontramos con la agradable sorpresa de una comida recién hecha. La mujer de Marcel resulta ser una estupenda cocinera. La vuelta a casa es más placentera para Marcel, que puede remar sentado con un remo pequeño. Pasamos un día muy agradable. De algún modo, con las cuatro palabras que Marcel sabe en inglés y las dos que nosotros sabemos en francés conseguimos manterer una relación bastante fluída con esta familia.


Volvemos al hotel caminando, paramos a comprarnos unos sombreros de paja para los tres días que nos quedan a bordo de una canoa, hemos aprendido la lección, hace mucho calor en el río. Y una vez en el hotel, mientras esperamos a Désirè, una cosa lleva a la otra y acabamos enseñándole a Marcel a jugar a los Angry Birds en el ipad.

A eso de las ocho de la noche llega una furgoneta con Désirè y una pareja de franceses que "casualmente" ha encontrado en un taxi-brousse, son Bertrand y Clémence. A las cuatro de la madrugada llega Thibaut, otro francés que conoceremos al día siguiente. Y así, finalmente, queda formado el grupo que mañana empezará el descenso por el río Tsiribihina.



VOLVER                          b                                  .

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